VICTORIA VERLICHAK
Crítica de arte.
Cuando en 1992, el artista multimedia argentino Martín Weber se largó por los caminos de Latinoamérica no sabía que su interés por retratar “sueños” le iba a llevar más de 20 años. Tras recorrer intermitentemente, y hasta 2013, más de 50 ciudades y pueblos creyó haber terminado su proyecto. A lo largo de los años exhibió por el mundo algunas fotos de “Mapa de Sueños Latinoamericanos”. Justo antes de la actual crisis sanitaria, las imágenes fueron exhibidas en su totalidad en Sala Pays del Parque de la Memoria. Se puede ver un breve recorrido en el canal de YouTube de Parque de la Memoria.
“Mapa de Sueños Latinoamericanos” es también un libro de Ediciones Larivière (Buenos Aires, 2018) y un filme de 92 minutos, ganador del Premio Documental en Prix Documentaire CINELATINO / Rencontres de Toulouse 2020 y Mención de Honor del Brasilia International Film Festival / BIFF 2020. La película, filmada en varios países, registra la búsqueda de algunos protagonistas de las imágenes originales, en el afán de saber qué había pasado con sus deseos. Weber quedó intrigado y se preguntó si se habían cumplido algunos “sueños”.
El filme aún no fue estrenado y, considerando el empeoramiento de la situación económica en la región, es de presumir que no se habrán concretado muchas de las ilusiones manifestadas. Sí se sabe que la señora guatemalteca, retratada junto a las mujeres de la familia y con vestimenta maya tradicional, pudo ayudar a sus “hijos que están en los Estados Unidos a pagar su deuda al coyote”. Es conocido que los “coyotes” (personas que contrabandean por plata inmigrantes ilegales desde México) no perdonan (Encontrarás el trailer, unos párrafos más abajo).
Metódico y persistente, el artista no se quedó quieto y duplicó su proyecto inicial. ¿Será porque, como todo hijo de exiliados, Weber tiene el ansia del viaje instalada en su interior? Nació en Santiago de Chile en 1968; sus padres fueron parte de la fuga de cerebros por La Noche de Bastones Largos de 1966.
Colección de quimeras. En blanco y negro, las fotos de la serie “Un mapa de sueños latinoamericanos” (1992-2013) capturan expresiones de deseos anotadas candorosamente en pizarras sostenidas por sus autores. El conjunto de 110 magníficas fotografías vincula notablemente circunstancias privadas y reflexiones sociales. Articula un complejo cruce de emotivos repertorios íntimos y logradas memorias públicas
Los paisajes urbanos y rurales y las personas -que incluso hablan diferentes idiomas- fotografiadas reflejan la diversidad cultural ancestral y la creciente brecha entre ricos y pobres de la región. Muestran la seria carencia de vivienda, las consecuencias de la violencia e insinúan el desplazamiento de los migrantes. Son un claro espejo de la realidad económica y social de la población menos favorecida de ocho países de la región: Argentina, Brasil, Colombia, Cuba, Guatemala, Nicaragua, México, Perú.
Entre la distancia de los sueños y la conciencia de sus límites, las fotos de Weber interpelan al espectador por su riqueza visual y por la búsqueda de un tiempo distinto.
Un lustrabota quiere ser poeta, un trabajador rural de mediana edad quiere que su madre viva 50 años más, un grupo de chicos piden guantes de béisbol: 4 zurdos y 5 derechos. Así, las lúcidas fotografías reflejan anhelos explícitos y peticiones secretas, de algunos habitantes de la contrastante y extensa geografía del continente. Pero hay otros mensajes y representaciones que posan cuestiones menos tangibles, como la joven que vive cerca de Tijuana junto al niño y con mirada desesperanzada simplemente pide “cariño” o el inmigrante que sigue extrañando y quiere “volver a Europa” desde la Nicaragua convulsionada donde vive.
Ahí está muy seriecito el chico cubano que añora “tener felicidad para tener, para poder vivir” y la contorsionista bonaerense que arquea su cuerpo y quiere estudiar. Sí, claro, todo es político pero el deseo de los escolares en Chiapas -las chicas a cara descubierta y los varones cubiertos con pasamontañas, estilo subcomandante Marcos- de tener una pistola es transparente.
Los retratados observan y son observados. Todos coinciden en la intensidad de sus miradas, que aparecen acompañando y reforzando el enunciado de sus ambiciones. Los personajes lucen distendidos frente a la cámara, en circunstancias que muestran su cotidianeidad o con disfraces que suscitan doblemente la imaginación del espectador. En tanto imágenes, son una ventana abierta a la fantasía más allá de lo que comunican explícitamente. “Son imágenes para ser leídas. El detalle nos lleva a recorrer miradas, gestos del lenguaje corporal de los sujetos, sus espacios -que como escenografías están cargadas de información acerca de ellos y de sus historias-, así como las dinámicas que nos revelan, si nos permitimos leer, expresiones que los involucran y relaciones que se trasparentan”, dice Weber.
“Trabajo con una cámara de placas sobre un trípode, de la que me separo, y miro a los sujetos a los ojos, reestableciendo el valor del encuentro y la dignidad de la mirada”, dice Weber. Asoman silenciosos ruegos y reservados gestos, pero las fotos no pretenden ser una apertura al inconsciente de los otros sino un vehículo para revelar sus proposiciones. Antes, cuando el artista tenía 10 años, sus padres le regalaron su primera cámara; era una Kodak Instamatic 54 que sacaba fotos cuadradas.
“No son instantáneas, porque parten de la idea brechtiana de identificación y distanciamiento (refiere a Bertold Brecht y su teatro que “requería de un distanciamiento emocional con respecto a lo que se mostraba en la obra, para que el público pudiera reflexionar de una manera crítica y objetiva). El uso de la pizarra como espacio de poder del retratado, donde el texto en la mayoría de los casos es de puño y letra, nos abre a un mundo y ancla la lectura de la imagen como pequeño guión. Es el puntapié inicial de mi construcción alrededor de la cual debo presentar las circunstancias en la que se encuentran y así dar valor a la distancia entre ese presente y la posible realización de cada sueño”.
Entre lo documental y la puesta en escena, el complejo y logrado trabajo de Weber despliega tanto rigor conceptual como formal, mientras registra un genuino interés y respeto por los retratados. En un trabajo de colaboración con el fotógrafo, los personajes luego de escribir “sueños” lucen distendidos frente a la cámara. Un habitante de Antioquia pide a “Mi Dios, una larga vida para ver cosas bonitas”; esta cronista quiere lo mismo.
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